30 mayo 2012

Pan casero


-Estás muy guapo -le dijo con la frescura que las mujeres usan sólo para elogiar a los hombres que podrían ser sus hijos. Sin soltar la cintura de Emilia, Daniel la abrazó. Llevaba meses malcomiendo y pasando peligros, estaba urgido de cobijo y cariños, de un retazo de infancia y un pan horneado en la cocina de quienes le querían.

Mal de amores
Ángeles Mastretta

(Pan de levadura. Mariapia & Marinella Angelini)

24 mayo 2012

Gachas y lágrimas


Todos comimos las gachas del duodécimo mes que Dios nos brindó; mi ración me llegó a través de los pechos de mi madre. Nunca olvidaré la escena que rodeó la comida. Unas urracas se instalaron en la cruz, bajo el alto techo de la catedral. Fuera, un tren jadeaba mientras avanzaba por los raíles. Dos enormes calderos, llenos de carne de ternera estofada, humeaban sobre el fuego. Un sacerdote, vestido con una sotana negra, estaba de pie junto a los calderos y rezaba mientras cientos de campesinos hambrientos hacían cola delante de él. Los feligreses servían las gachas, con unos grandes cucharones, en cuencos; un cuharón a cada uno, fuera cual fuera el tamaño del cuenco. Los fuertes ruidos que hacía la gente al sorber dejaban constancia de que las gachas, diluidas en innumerables lágrimas, se consumían rápidamente.

Grandes pechos amplias caderas
Mo Yan


(Damas en el refectorio. Henri de Toulouse-Lautrec)

22 mayo 2012

Bacalao silencioso

Amelia bajó los ojos al plato y se aplicó a comer en silencio, sin decir siquiera si lo que se estaba llevando a la boca le gustaba o no. A lo largo de una serie de años, que ahora se pierden en la niebla, mi equilibrio mental estuvo supeditado al logro de recetas de cocina apetitosas y de un comentario aprobatorio por parte de los duendecillos reflejados en mi espejo. Son vicios que se pueden quedar crónicos si no se lucha contra ellos. Me negaba a preguntarle a Amelia si estaba bueno el bacalao.

Nubosidad variable
Carmen Martín Gaite

20 mayo 2012

Picnic


Sentada en el suelo, Milagros la vio trajinar hasta que hubo acomodado sobre el mantel platos, vasos, vino, queso, ensalada, pan, mantequilla y hasta un florero al que le clavó unas flores que le llevaron Emilia y Sol. Milagros detestaba los trabajos que la costumbre les había dado a las mujeres, le parecían suertes menores en las que miles de talentos mayores dejaban el ímpetu que debía ponerse en cosas más útiles.

Mal de amores
Ángeles Mastretta

(James Tissot)

18 mayo 2012

Torrijas

-Pues te equivocas -Blanca sacaba de la alacena una fuente de barro-, no es una tarta lo que te voy a preparar. Estarás cansada de comerlas en Londres y seguramente mejores que las que yo pueda cocinar. No. Para celebrar tu cumpleaños voy a hacer torrijas, o mejor dicho, vamos, porque tú me ayudarás y así aprendes. Es un dulce típico de nuestra Semana Santa. Buenísimas. Necesitamos, a ver... pan, mejor si es asentado, vino, canela, huevos, aceite y, fundamental, miel, miel buena de romero y jara.

El Corazón de la Tierra
Juan Cobos Wilkins

Pan con tomate y sardana


Curioso que las dos señas de identidad de la identidad catalana, el pan con tomate y la sardana, no se convirtieran en fenómenos sociales hasta bien entrado el siglo XIX. Tanto la sardana como el pan con tomate formaban parte de la comunión emocional de Carvalho con el país, impresionado desde niño por la majestad de la danza y por la propicia inteligencia del pan untado.

El hombre de mi vida
Manuel Vázquez Montalbán

16 mayo 2012

Dulces ante el altar

Unos hombres (¿sacristanes?, ¿monaguillos?) reparten dulces entre los fieles: ya un trozo de pastel, ya de mazapán, ya un caramelo. El que sostenga la mano extendida durante un rato largo podrá hacerse con dos o, incluso, tres raciones. Hay que comerse el dulce o depositarlo sobre el altar.

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

13 mayo 2012

Comer y comer


No podía entender aquel apetito desaforado ni que un hombre tan anciano pudiera comer y comer sin llegar a saciarse jamás. Aún observó otra cosa: no parecía diferenciar los sabores. Era como si cualquiera de aquellos alimentos le pareciera intercambiable con los otros con tal de poder llevárselo a la boca y deglutirlo sin demora. Así, no sólo vio cómo se comía, impertérrito, los embutidos, los dos quesos y la hogaza de pan, sino la harina y el azúcar, que tomaba a cucharadas, pasando de un saquito a otro sin que esto, al parecer, llegara a plantearle problema alguno, y luego la manteca de cerdo y hasta los garbanzos, que sacó de la bolsa para metérselos en la boca a puñados, sin ni siquiera atragantarse. ¿Y qué decir del aceite y del vinagre? Se los bebió de sus respectivas garrafas con la despreocupación del que bebe agua del botijo un día de calor.

La princesa manca
Gustavo Martín Garzo

(Le Pélerin. Louis Toffoli)


06 mayo 2012

Comiendo una naranja


Cuando miro sus fotos, la que le saqué comiendo una naranja, en el momento en que alza la vista, aquel día de noviembre en que fuimos por primera vez a Beaune, al mirarla veo los ojos de Lorca, los de alguien que es expulsado de la vida y destruido, nunca sabemos por qué motivo.

Juego y distracción
James Salter

(Orange spiral. Qiang-Huang)

04 mayo 2012

Café sin café


La señora Rosen, la madre de Ellen, también estaba allí, en el sillón opuesto. Tomaban café juntas, como hacían a menudo. Claro que no era café auténtico, aunque ellas seguían diciéndolo así: "Tomar café". En Copenhague no había café auténtico desde el inicio de la ocupación nazi. Tampoco había té auténtico. Sus madres bebían agua aromatizada con hierbas.

¿Quién cuenta las estrellas?
Lois Lowry

(Cafe Latte. Joy Alldredge)

02 mayo 2012

Los merengues

Por el camino fue pensando si invertiría todo su capital o solo parte de él. Y el recuerdo de los merengues -blancos, puros, vaporosos- lo decidieron por el gasto total. ¿Cuánto tiempo hacía que los observaba por la vidriera hasta sentir una salivación amarga en la garganta? Hacía ya varios meses que concurría a la pastelería de la esquina y solo se contentaba con mirar.


Los merengues
Julio Ramón Ribeyro

Cabra asada


Nos encontrábamos, la familia entera, en la granja de los Santucci. Multitud de italianos procedentes de todo el país, largas mesas colmadas de vino, pasta, entremeses y cabra asada; mi padre tenía una cabeza de cabra en el plato y se estaba comiendo los sesos y los ojos, sin parar de reírse y presumiento ante las mujeres, que chillaban de horror.

La cofradía de la uva
John Fante